martes, noviembre 08, 2016

Honda


Escribir desborda la lectura.
Obliga sumergirse en el río de la espera.
Desde la ventana de un hotel
contemplo el Magdalena,
esa aorta de Colombia que se deslíe,
con nombre de mujer que no desfallece
y siempre llora. 
A los poemas los oculta la corriente,
como oculta a la sangre,  los peces, las piedras.
Entro en el agua. Hago piso para no caer, espero,
en equilibrio,
mientras resisto su fuerza.
Cortantes pedazos de historia lastiman mis piernas,
cuerpos desconocidos, quizás palos, 
quizás gente, me rozan,
y la arena de lo mismo, revuelta con el agua,
me impide dilucidar el fondo.
Introduzco una mano dentro de este potente, torrentoso, lodazal que corre
y recojo, guiada solo por el tacto, cada piedra.
La detallo en su redondez,
sus filos. 
Es el corazón vivo de algún desconocido
y pequeño ser entre mis manos.
Volando en círculos, los pájaros ungidos de obsidiana
me observan colocar sobre la mesa
lo recogido en el papel.
Huelo a herrumbre, a muerto.


Octubre 27 de 2016
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1 comentario:

Muluc dijo...

Maria gracias por tu poema, me ayuda a sanar esta honda herida que es mi país.
Para mí, lo mejor de la bienal fue haberla conocido, disculpe los múltiples errores y bienvenida siempre. Con amor y completa admiración, Valentina Coca.