martes, septiembre 27, 2016
miércoles, septiembre 14, 2016
La espera es el poema
que nada
bajo agua.
La
letras invisibles
por
revelarse con el fuego,
la
huella del pájaro
no
recordado,
el poema que la garza escucha
junto a la vaca,
las uñas de los perros contra el suelo,
su ritmo de caballo.
el poema que la garza escucha
junto a la vaca,
las uñas de los perros contra el suelo,
su ritmo de caballo.
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Un decir
desconocido en la garganta
que empuja y no sale del cuerpo,
el crujido del estómago
sin saciar,
un sueño despierto
aún no revelado.
.
que empuja y no sale del cuerpo,
el crujido del estómago
sin saciar,
un sueño despierto
aún no revelado.
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sábado, agosto 27, 2016
Llueve
podría empezar diciendo
y sería un engaño.
y sería un engaño.
Llueve, dice el poema que leo.
Poética la palabra agua
que empuja la escritura
y hace verdad decir que llueve,
aunque haya dejado de llover hace una hora.
La soledad mojada
es más densa,
más selvática.
más prolífica.
Sin el agua
las raíces plenas de sequía
-->
son solo polvo entre los huesos.
María Tabares, julio 2016
sábado, julio 02, 2016
domingo, junio 19, 2016
Tras el camino la memoria ejerce su tamiz
Recién llego del sol
de ascender al risco de los cóndores
secos los ríos del cuerpo
la boca cuarteada por la sal de los cielos
Despojo la aridez del aire.
que aún sangra en las narices
el vértigo a las alturas que escalofría incluso
al pájaro
y los animales muertos
que hicieron por días del cuerpo un templo
contra el frío.
Guardo para mí
el silencio de los perros en las puertas
del hambre y el polvo.
Las mujeres como cabras
incansables ascendiendo las laderas
los aguayos cunas a la espalda.
La poesía de los amigos dulces
con voz ronca y hojas de coca en las encías.
El laberinto infinito de la nada
nuestra pobre necesidad humana de cercarlo
“Ladrón pillado será quemado vivo mismo”
grito y desamparo dibujado en las paredes.
El lago Titicaca
sus senos vírgenes blanquísimos iluminados
y frente a sus aguas mi cabeza sumergida
Borges, el esclavo
un
diálogo con el poema Tamerlán
Timur el Cojo, ramadán de
ocho mil kilómetros de tierra,
¡toda Asia Central!
ungió con su implacable
espada al hombre de ojos agotados
obligándolo a esculpir
sobre la piedra
la huella de su paso
desgastada por la bruma del tiempo.
Fue su dama, Zenócrate
hija de Egipto reencarnada,
quien susurrara a mi oído
la existencia de ese talle en el vacío de la piedra,
de ese preguntarse acerca
del miedo insosiego de quien conquista
frente a la espada y la
cabeza de la víctima,
frente al espejo roto que
devuelve la imagen dibujada
con la pluma de la culpa.
“Yo soy, yo seré siempre,
aquella espada”;
“Yo soy los dioses” ; “Yo
soy los astros”.
“Y sin embargo…”, dice el
poema.
Fue ella quien pronunciara
para mi, exclamativa,
por primera vez su nombre:
¡Tamerlán!
Quién también acercara
a Borges, amanuense esclavo,
otro de tantos de este
Dios erudito e iletrado
para profanar su tumba sin
importar la maldición.
Por qué ¿quién, que no
fuera el mismo Borges
podía traspasar el recinto
sagrado del silencio, a pesar de la sentencia?
Quién, que no fuera él,
exhibió actos y cuerpo para todos,
hasta llegar hasta mí,
añosa niña de ojos asombrados que
toda
historia desconoce,
para asegurarse que jamás
quedará en el olvido.
junio 4 de 2016
Frente a Creta
frente a Libia
-y
tantas otras orillas-
hombres, mujeres, niños,
son un cardumen arrojado a la playa
con la boca espumada y los cabellos redes
arrastrando conchas, palos, algas.
Expulsados de un sueño
tristísimos llegan sin jamás lograr llegar.
Son cientos, miles,
con puñados de sal entre los dientes,
el rostro lívido y la mirada hueca
comida por los pájaros.